El arte urbano no para
El difícil arte de expresarse con instrumentos baratos y en soportes que no se pueden comprar, tiene en Guadalajara exponentes que pese a su juventud son pioneros en el país. Algunos tienen estudios formales en disciplinas plásticas, otros ya lograron el reconocimiento internacional como artistas urbanos y por eso hasta en México los contratan. Pero a la mayoría de quienes intervienen así los espacios públicos la sociedad los discrimina y el gobierno los criminaliza.Una lata de aerosol es su herramienta; el lienzo perfecto, cualquier muro.
El primer trazo se convierte en una nueva voz para el artista urbano, que hace hablar a las paredes. Desde hace casi dos décadas este fenómeno social se extiende en la zona metropolitana de Guadalajara, pero hoy el arte con aerosol va más allá de la escritura y el taggeo (firmas con pseudónimos): las nuevas técnicas van desde el esténcil o plantillas y carteles hasta los stickers (calcomanías o pegotes) y los murales urbanos.
Aunque unos los llaman vándalos y otros los encasillan como grafiteros, es evidente que algunos son exponentes del arte urbano contemporáneo.
La antropóloga mexicana Tania Cruz Salazar, experta en estudios de juventud de la Universidad de Santa Cruz, California, dice en entrevista: “El movimiento grafitero expresa un punto de vista ciudadano que critica y rompe con la estética cotidiana o bien con los parámetros de lo normativo y lo socialmente aceptado. Con el regreso del PRI o sin él, el movimiento grafitero continuará. El problema de la intolerancia hacia la manifestación juvenil sigue vigente como una forma de exclusión hacia los jóvenes que viven en su cotidianidad”.
En su opinión, Guadalajara destaca entre las ciudades pioneras del movimiento urbano, pues aquí llegaron de Los Ángeles, California, los primeros graffers o veteranos del grafiti. En su artículo Instantáneas sobre el grafiti mexicano: Historia, voces y experiencias juveniles, que publicó en la revista Redalyc en 2008, Cruz Salazar expone que fue a finales de los años noventa cuando jóvenes inconformes con el sistema social comenzaron a manifestarse de esa forma en México.
Como antecedente cita a las agrupaciones juveniles conocidas como gangs en el Este de Los Ángeles, que estaban integradas por afroamericanos, latinos, asiáticos, caribeños, europeos y demás minorías que se identificaban con su “gueto” o barrio.Esto generó entonces un sentimiento de pertenencia y comenzaron a agruparse en crews (bandas). En este contexto, El Bronx, en Nueva York, se constituyó en centro de expresión de diversas visiones de la violencia urbana que se vivía en la zona: crimen, droga, cárcel, represión. Y para los ochenta, cuando esta expresión callejera se convirtió en un fenómeno internacional, el descontento social y la rebeldía se manifestaban artísticamente en varias ciudades estadunidenses, como San Diego y San Francisco, bajo la influencia del muralismo chicano.
Del lado europeo, en Berlín, durante los setenta surgieron las primeras “pintas” que criticaban la división de Alemania en oriental y occidental.
En cuanto a México, desde los años sesenta ya las pintas y letreros contenían mensajes políticos, entre los que destacan aquellos plasmados en las calles por los miembros del movimiento estudiantil de 1968. Pero el arte moderno del spray llegó para quedarse durante “el boom de 1994”, cuando la llamada “generación de la crisis” invadió las principales ciudades de México, incluida Guadalajara.
Dicha generación reaccionó así a la apatía provocada por su exclusión de todo proyecto social y manifestó su desconfianza hacia las políticas autoritarias y represivas del PRI. Cruz Salazar considera que su expresión crítica y artística sigue vigente.
Armados con un aerosol
Adán, mejor conocido como Akometer, es un diseñador gráfico treintañero que en sus ratos libres se dedica a hacer intervenciones artísticas. Se define como un francotirador visual porque, dice, su arte es más transgresivo que el grafiti u otras corrientes urbanas, aunque también sus obras se consideraran ilegales por modificar el espacio público y el privado.
“Yo siempre he dicho que la calle es de quien la trabaja. A mí qué más me gustaría, que un patrocinador me agarrara, me pagara por hacer arte en la calle promoviendo su marca. Pero eso no pasa aquí, por eso mejor me quiero ir a París a trabajar y aprender más sobre el arte callejero de esa ciudad. Pero mientras eso pasa, continuaré haciendo intervenciones callejeras de manera ilegal”, dice desafiante.
Admite que el grafiti nunca se le dio, por lo que desde hace más de una década empezó a colocar piezas geométricas por toda la ciudad, a fin de darle otro uso a los espacios públicos.
Una de sus obras más vistas fue la que colocó en la marquesina del Cine Estudiante –en avenida Juárez y Escorza– en 2011, para que en la marquesina se leyera: “ART NEVER STOPS” (el arte nunca para). Un año después, su campaña “Creative work never ends” (la obra creativa nunca termina) se reflejó en una intervención en la fachada de la Facultad de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara como una sátira del arte.
Akometer sabe que no todo es goce: existe una delgada línea entre arte urbano e ilegalidad, y las penas por daño a la propiedad van desde multas económicas y trabajo comunitario hasta siete años de prisión.Otra corriente de arte urbano en auge es el esténcil, la creación de imágenes con plantillas recortadas que se ve cada vez más en las principales avenidas de la ciudad, como Federalismo. Uno de sus exponentes es Guillermo, que se hace llamar Kawuamo y estudió diseño gráfico pero nunca terminó la carrera. Tiene 25 años y desde hace dos representa temas e íconos de la cultura popular a través de mensajes sociales en planillas.
La descripción de su trabajo lo retrata bien: “Gran parte de lo que hago se basa en reflejar lo que se vive en las zonas marginadas; esos sectores minoritarios que no son ‘socialmente aceptables’. Me gusta hablar de esa gente para contar y retratar sus historias; esas historias de los ‘nadie’. Yo no vivo de pintar. Tengo dos trabajos que me mantienen. Creo que todos deberíamos encontrar la forma de alejarnos de los aparatos del gobierno para crear nuevas redes de trabajo, en donde todos puedan interactuar con el arte”.
Gustavo, mejor conocido como Huye, tiene 29 años, es tatuador de oficio y grafitero en sus tiempos libres. Es experto en “Grafiti 3D” y pertenecía a la pandilla VRS (Violando Reglas del Sistema), surgida en la colonia Las Juntas, una de las más marginadas de Tlaquepaque. Lo han acusado de vender drogas sólo por su aspecto cholo, y de criminal por portar un aerosol.
Otro de los primeros integrantes de la pandilla VRS, y reconocido internacionalmente, es Alejandro Martínez, Peque. Él también creció en Las Juntas, estudió artes plásticas en la UdeG y desde hace tres años vive en Sídney, Australia, pintando murales urbanos.
Sus obras, que también recrean la cultura popular de México, se conocen bien en Oceanía porque una marca de aerosoles y una bebida energética lo patrocinan desde hace años. Lo que más le gusta pintar son luchadores que representen a un mexicano promedio que se enfrenta a diario con la pobreza, la violencia y el crimen.
En entrevista, desde Sídney vía Skype, lamenta la falta de apoyo al talento juvenil: “Lo que en México toman como vandalismo, aquí lo ven como arte. Pero lo que allá no entienden es que entre más grafiti exista, mayor es el reflejo del descontento social. Si hoy en día vemos que las bardas de Guadalajara están cada vez más rayadas (con grafiti) significa que el vacío en la juventud es mayor que antes. Nada ganan con pintar de nuevo las paredes de blanco si estos chavos demandan una necesidad de visibilidad y reconocimiento. Jalisco necesita campañas permanentes de rescate a estos jóvenes que demandan atención”.
Peque pinta hasta las estaciones del tren en Sídney y expone sus trabajos en renombradas galerías, pero también comenzó a expresarse como un transgresor. Su más reciente obra se aprecia en los muros de la entrada a la popular playa Bondi Beach en Sídney. Y su último trabajo en México, patrocinado por Comex, fueron cuatro murales sobre los Juegos Panamericanos.
José Luis, o Frase, también es parte de VRS y se especializa en el aerosol. En las tardes, en la colonia Miravalle de Guadalajara, imparte talleres de grafiti a jóvenes en situación de riesgo, como parte del Plan Municipal de Prevención del Delito. Su meta es integrar a la juventud en la vida cotidiana de la colonia y recuperar los espacios públicos para todos. Refiere que si bien el gobierno estatal ya no lo ha contratado para realizar más murales después de los Juegos Panamericanos, las organizaciones civiles y las empresas privadas empiezan a reconocer su trabajo como una profesión.
En esto concuerda Samuel o Fixe, licenciado en diseño que también participa en proyectos de rescate de espacios de expresión para los jóvenes. Explica que se ha centrado en descriminalizar la cultura grafiti:“Vivimos en una sociedad muy hipócrita, pues si vemos a alguien pintando en la calle con una brocha lo llamamos un artista, pero si trae un aerosol en la mano automáticamente se convierte en vándalo. Yo creo más en lo que proponía Siqueiros, pues si la gente no puede ir a las galerías de arte es necesario llevar el arte a la calle. Pero sacar un permiso para pintar a través del gobierno es imposible, y si intervenimos los espacios públicos es un delito. ¿Pero qué pasa cuando ellos (los funcionarios) lo hacen? Ellos no se quejan de la contaminación visual que generan durante las campañas electorales atiborrando la ciudad con flyers (volantes). Para ellos nosotros somos sólo cholos y delincuentes”.
Criminalizados
En entrevista con Proceso Jalisco, el director de la asociación civil Educación Popular y Capacitación (Epoca), Martín Torres Ortega, deplora que “en general, en América Latina el arte urbano es visto como una moda y no como una plataforma para desprender políticas públicas de calidad dirigidas a la juventud.
“Guadalajara es una potencia en el arte urbano y creo que éste es la mejor herramienta para lograr la integración de los jóvenes en una sociedad tan fragmentada. Pero la responsabilidad social del Estado actualmente está supeditada a programas piloto de corto plazo que no garantizan el verdadero rescate de los jóvenes, sino que tienden a criminalizar una actividad artística.”
Torres Ortega, quien también coordina el taller para la elaboración del Plan Municipal de Prevención del Delito en Guadalajara, trabaja con el grupo de grafiteros VRS en cuatro barrios del municipio (Oblatos, Miravalle, Zalate y Lomas del Paraíso) para recuperar los espacio públicos en las colonias marginales mediante las distintas expresiones del arte urbano, y a su vez rescatar a jóvenes en situación de riesgo.
“Algo peculiar en Guadalajara –afirma el especialista chileno–, además de la alta presencia de jóvenes metidos en pandillas que ya no sólo se disputan un territorio, sino que tienen riñas generacionales, es la situación transversal del crimen organizado. Vemos que el crimen se mezcla con la rivalidad de los territorios entre pandillas y se convierte, para estos jóvenes segregados de la urbe, en un estilo de vida común. Por eso es tan importante prestarle atención al tema.”
En su opinión, le corresponde a la Secretaría de Cultura abrir espacios para el arte urbano, pues ante la evidente falta de programas para grupos juveniles vulnerables, la propia sociedad civil comienza a autogestionarlos.
Por ejemplo, en su edición del 24 de julio pasado, el diario El Informador destacó que, ante la apatía de la Secretaría de Cultura, la promotora de arte emergente denominada Cabezas convocó a los artistas para mostrar sus obras en 76 bancas ubicadas en distintas partes de Guadalajara. La exposición tuvo un presupuesto de sólo 30 mil pesos, que fue el costo del permiso para intervenir el mobiliario.
No existe una reglamentación específica ni un consejo especializado en arte urbano en la ciudad, y mucho menos en el estado, que regule los permisos temporales para intervenir el espacio público, si bien la Secretaría General de cada municipio se encarga de expedir esos permisos.
Consultado aparte, el presidente de la Comisión de Cultura del cabildo tapatío, Salvador Caro Cabrera, concuerda en que ni los programas de gobierno ni los espacios públicos han sido suficientes para integrar a los jóvenes en una política cultural. Recordó que, por el contrario, están disminuyendo los recursos asignados a este rubro, ya que para 2013 la Secretaría de Cultura cuenta con menos de 20 millones de pesos, es decir, 9% menos que el año pasado.
“Guadalajara no ha avanzado en el tema de cultura en gran parte por la herencia y estancamiento de los ingresos que dejó la administración pasada. Esto se refleja en parte en el colapso de la infraestructura de cultura en el municipio, además del desconocimiento y falta de interés en el tema”, afirma Caro Cabrera.
El regidor y coordinador de la fracción de Movimiento Ciudadano propone la creación de un consejo de arte, además de facilitar, a través del ayuntamiento, más espacios para el arte urbano que ayuden a contrarrestar el grafiti ilegal que se propaga en la ciudad:
“Tenemos que ser más ingeniosos, entender que entre el grafiti y el arte urbano hay un puente que nos corresponde promover. Tenemos espacios que son propiedad municipal, pero que son aptos para aprobar estas intervenciones, como son los pasos a desnivel, bancas y otros. Está también, por ejemplo, la avenida Lázaro Cárdenas, que tiene mucho potencial para ser un área con arte urbano, dada su arquitectura y diseño. Es cuestión de facilitar la expresión artística y quitarnos estigmas sociales.”
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